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Críticas
Agencia Jaque Press

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"Reminiscencias de un Encuentro", un espectáculo sobre un posible encuentro en una vida anterior, en el teatro la Ranchería de Buenos Aires

¿Qué puede pasar si una mujer piensa que el hombre sentado a su lado en el banco esperando el colectivo es un personaje de su pasado? ¿Y si en su vida anterior  ella…fuera un hombre rico, un galán ? … La incertidumbre da pié para muchas reflexiones, más cuando los que tratan de poner luz a las ambigüedades son actores de oficio.
 Es lo que sucede en “Reminiscencias de Un Encuentro,” un espectáculo lleno de ironías de la dramaturga y documentalista argentino-española Sandra Fernández Ferreira. La obra, que ha sido galardonada con una Mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes (2009), coloca en el escenario a dos desconocidos que tal vez se conocen…en otra vida, vaya saber, nunca se sabe...
 Los dos están sentados a espaldas del público. Ella rompe el silencio pesado: “tengo la sensación de que nos conocemos.” El hombre la mira y toma su tiempo. Luego: “¿De dónde crea que nos conocemos?”
- De otra vida.
- ¿Cómo lo sabe?
- Lo presiento.

 Es un planteo dramático interesante, pues la duda pide soluciones que nunca aparecen y entre tanto da lugar para el hombre y la mujer vayan conociéndose. Pone las emociones fuertes de la vida real en formato de espera mientras las acciones de las posibles vidas anteriores se apoderan del escenario. Es la historia de un hombre y una mujer, tal vez un reencuentro, tal vez un nuevo intento de armar las piezas de una relación desarticulada. Y si en efecto el alma es inmortal, habiendo nacido muchas veces, no debe haber nada que no tenga aprendido, nada que pueda impedir un nuevo intento.
 Sin encontrar solución el hombre propone…el enamoramiento. Ella ofrece el enamoramiento. ¿Cómo? Habría que ver el espectáculo para encontrar la repuesta.


MUNDO T


viernes 5 de noviembre de 2010

"Reminiscencia de un encuentro"

Esta obra joven que se presenta en La Ranchería propone volver en cierto modo a las dudas existencialistas más recorridas, la percepción de la realidad y los aspectos oníricos se van alterando y jugando en un margen de dudas y situaciones de ida y vuelta que se tornan cíclicas evocando directamente el alma como inmortal. Las actuaciones de Alberto Dobisky y Analía Farfaglia son certeras y justas resaltando como principal estrella al propio texto interpretado y el tiempo mismo puesto como eje simbólico encontrándose como tercer protagonista o tercero en discordia. Abocada a hablar de un todo y contando solo una historia esta obra es realmente generadora.

http://mundot2010.blogspot.com/2010/11/reminiscencia-de-un-encuentro.html

Luna Teatral

http://lunateatral.blogspot.com/2010/11/reminiscencias-de-un-encuentro-poco.html


Un absurdo en estado puro
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz

El absurdo como poética renovadora para el campo teatral llega a nuestro país casi en simultaneidad con el estreno de Esperando a Godot (1956) de Samuel Beckett; la búsqueda de una poética que trabajara con sus procedimientos sedujo a escritores como  Griselda Gambaro y Eduardo Pavlovsky, entre otros; que buscaban decir de una manera diferente el sin sentido de la vida moderna, luego del fracaso de la racionalidad. La pieza de Sandra Fernández Ferreira, bucea en aquellas formas para dar cuenta de una posmodernidad acuciada por la búsqueda de la certidumbre dentro de la consistencia de la propia identidad. No saber quién somos realmente, ni a donde nos dirigimos, que se espera de nosotros, y por qué la vida nos reúne en un cruce inesperado con los otros, que tampoco son dueños de certezas, es el interrogante que nos acucia, y que atraviesa a los personajes. La reiteración desde la palabra y la situación, el juego con el tiempo mítico en que aparecen envueltas sus criaturas, el desdoblamiento de sus personalidades, una temporalidad anclada en el recuerdo, la economía de recursos, el minimalismo escénico, acompañado por un vestuario ascético, hacen de la puesta una recuperación del absurdo estructural beckettiano para un interrogante que agobia a los habitantes de un siglo que comienza con su bagaje de dudas. La pureza de la poética empleada es difícil de encontrar en el mapa teatral actual, acostumbrado como está el espectador a la mixtura en todas sus formas. Sin embargo, la puesta construida con precisión y muy buenas actuaciones es disfrutable de principio a fin, a través del juego verbal en sus diálogos que provocan climas dispares y que permiten el lucimiento de los actores que pueden expresarse con una gestualidad plena de matices. Es interesante ver de qué manera su directora Cecilia Pion pone en escena, través de los dos personajes, el sinsentido de las relaciones humanas. En el espacio despojado -el banco de una plaza y las hojas otoñales dispersas en el suelo- los protagonistas se desplazan en la búsqueda de un tiempo otro –un colectivo que nunca llega, un reloj de arena eterno. Tiempo-devenir sin marcas precisas, que simplemente transcurre en un movimiento cíclico y centrípeto, como fuerzas invisibles a las que los personajes están sometidos. Así transitan (Analía Farfaglia y Alberto Dobisky) de un sentimiento a otro y dan cuenta de que el absurdo como poética, no tiene una época precisa. Personajes sin nombre, sin identidad, que a su vez nos niegan -al comienzo y al final- el rostro al estar  ambos sentados de espaldas al público. Posición que nos transforma en parte del hecho espectáculo: todos mirando un “cielo con nubes”. Poco, poquito, nada, es la historia de un hombre y una mujer: puesta en abismo posmoderna. Posmodernidad, mundo de incertidumbres, donde como en el viejo axioma del absurdo, el lenguaje de cualquier tipo enuncia pero no denuncia la verdad, produce desazón y no tranquilidad, construye un mundo virtual y deja en suspenso aquello que no aparece en la visibilidad de la imagen, de lo mediático; aquello que perturba porque está regido por un azar que la palabra denota pero cuyo sentido se produce en la diversidad de la mirada, en cada uno de nosotros. La vida está construida a partir de la memoria y el hombre es el azar, diría Arrabal allá por los setenta, ese azar es el que permite que los personajes de Reminiscencias se encuentren en la intercesión de un tiempo atravesado por la memoria.